Puede que en un principio la trama de “Hanna”, la película protagonizada por Eric Bana, Cate Blanchett y Saoirse Ronan, nos recuerde a propuestas como “La femme Nikita” o también “Aeon Flux”, no sólo por su contenido, sino también por su estética. Sin embargo Joe Wright no sólo consigue que nos olvidemos, desde el primer momento, de sus influencias, sino que las asimilarla para dejarlas en un peldaño inferior, más que a través de su propuesta visual, por la riqueza psicológica de su personaje protagonista femenino, algo de lo que carecían las propuestas aludidas.
En realidad, “Hanna” guarda muchos más puntos en común con “Frankenstein”, que con el filme de Luc Besson, o el personaje creado por Peter Chung. En cierta medida porque ambos son fruto de un experimento, pero también porque es muy imortante el proceso de aprendizaje por el que ambos pasan, en el caso de “Frankenstein”, más en la novela que en ninguna de las adaptaciones cinematográficas. Si en el caso del monstruo de Mary Shelley la educación es necesaria al volver a la vida convertido en un nuevo ser, aquí es porque realmente Hanna no ha conocido por sí misma ninguna de las nociones que le ha enseñado su padre. Una de las cosas que más me seduce del personaje, es su capacidad para dejarse sorprender, tanto cuando descubre el atronador sonido de un avión que vuela por encima de ella o cuando descubre la magia (o las amenazas) de la electricidad, como por su capacidad para desear que el final de una historia, cuyo final no le gusta, termine de una manera diferente cuando lo lea la próxima vez.
No hace falta decir que la película se beneficia de las habituales magníficas interpretaciones de Eric Bana, Cate Blanchett y Olivia Williams, pero si por un lado se agradece la deliciosa interpretación de Jessica Bardem como la amiga de Hanna, la que está completamente deslumbrante es Saoirse Ronan en un personaje con multitud de matices psicológicos, capaz de mostrar la ternura de una niña perdida, como de aterrorizar con la ausencia total de empatía en el momento de ejecutar su misión, o de enfrentarse a cualquier enemigo que se le ponga por delante.
Destacar el estilo visual abordado por Joe Wright que si bien aprovecha todos los recursos audiovisuales que tiene a su alcance, lo hace con discreción, acelerando el ritmo en los momentos de acción, pero no perdiendo nunca de vista el objetivo de la historia que nos está contando. Señalar el acertado uso psicológico de los espacios en las que se desarrolla la acción, tanto la que sucede en los escenarios naturales del círculo polar ártico y el desierto de Marruecos, como el contraste que se ofrece tanto a través del espectacular diseño del complejo de la CIA, como en los entornos urbanos en los que se desenvuelven los personajes. De hecho, ese mismo contraste lo podemos encontrar entre los personajes, pues parece que se nos ofreciera un abanico de la sensibilidad maternal femenina que va desde la madre más fuerte, capaz de proteger con su muerte a su criatura, hasta la más despiadada, capaz de renunciar a su derecho de ser madre, voluntariamente.
Este contraste también subyace en el fondo del discurso, en la educación. Pues si Erik educa con firmeza y disciplina a su hija, consiguiendo que sea ciertamente resuelta y efectiva, Hanna carece de otros valores que sí tiene la que será su amiga, educada con mucha más libertad, pero evidenciando la nefasta influencia de la sociedad de consumo en la que se ha desarrollado su personalidad. Pros y contras que evidencian que en la educación del individuo no sólo son importantes la disciplina o la tolerancia, la firmeza o la comprensión, sino también elementos fundamentales como el entorno en el que se desarrolla la personalidad, así como el propio carácter y disposición que el individuo tenga para asimilar los conocimientos, no siendo todo culpa del padre o la madre.
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