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5 de septiembre de 2012

'El pacto', Nicolas Cage en apuros

-Si el hombre aparece, llama a ese número y di: “El conejo hambriento salta”. ¿Entendido?

-¿El conejo hambriento salta? ¿Qué significa?


Los excesos de su vida privada —llegó a tener quince casas (incluyendo un castillo) y veintidós coches— y los graves problemas financieros en los que se vio envuelto en los últimos años —evasión de impuestos— obligaron a Nicolas Cage a reorientar su carrera y acelerar el ritmo de trabajo para conseguir el mayor dinero posible, preocupándose más por encadenar rodajes que por los personajes que acepta encarnar; o sea, por la cantidad más que por la calidad. Lleva tiempo metido en este juego, y aunque debe estar resultándole provechoso también está dañando su imagen y su valor como actor; se ha llegado a un punto en el que nada más ver la cara de Cage en el cartel se da por hecho que la película va a ser mala. Los demás elementos resultan irrelevantes, ese prejuicio pesa más. Otro día me ocuparé de defender la carrera de este singular y menospreciado intérprete, porque hoy tengo que dar la razón a todos los que pensaron que ver ‘El pacto’ (‘Seeking Justice’, Roger Donaldson, 2011) sería una pérdida de tiempo.

‘El pacto’ nos presenta a Will (Cage), profesor en un instituto de un barrio marginal, cuya tranquila y feliz vida es alterada por completo cuando una noche, su esposa, Laura (January Jones), es brutalmente agredida y violada. En la sala de espera del hospital, tras haber visto a su mujer, Will entra en contacto con un misterioso tipo llamado Simon (Guy Pearce), que le habla del ineficaz sistema judicial, del dolor que causará en su esposa asistir al proceso legal, y de un grupo que él dirige, una organización clandestina que se ocupa de impartir justicia, de manera rápida y eficaz. A cambio de resolver su problema, explica Simon, ellos solo piden favores, nada de dinero. Will se lo piensa pero finalmente accede —si no sería otra clase de película—. Tal como le prometieron, el asaltante es liquidado. Y cuando Will trata de volver a la normalidad con la vuelta al hogar de Laura, Simon contacta con él para que comience a cumplir su parte del trato…

La premisa tiene miga. Podría dar mucho juego, tiene los ingredientes necesarios para preparar un cóctel de western urbano y thriller criminal, con un protagonista enfrascado en una situación desesperada, acosado por los peligrosos tipos con los que él mismo llegó a un acuerdo —inevitable acordarse de ‘Extraños en un tren’ (‘Strangers on a Train’, Alfred Hitchcock, 1951)—. Pero desde el inicio queda claro que ‘El pacto’ no dará ninguna alegría. Comienza con un hombre asustado hablando con un periodista, apenas unos segundos, y cuando intenta marcharse, se lo cargan. No sabemos quién era, qué ha dicho ni quién lo perseguía, en una serie de escenas torpemente planificadas —¿para qué mostrar al asesino cuando no lo hemos visto antes ni lo veremos más?—; el único motivo, sospecho, era mostrar un espectacular accidente de coche —no puede ser para adelantar los drásticos modos de Simon porque eso queda claro cuando matan al violador—. Luego nos introducen en un local para presentar a la pareja protagonista, que (cómo no) está brindando por su aniversario y haciendo bromas sobre lo felices que son. En la televisión comentan la muerte que hemos visto antes y Laura suelta: “La ciudad puede irse al infierno pero nosotros… nos vamos a bailar“.

A la charla del bar le siguen otras escenas igualmente tontas en una discoteca —Cage aprovecha para ponerse una máscara y hacer el payaso— y en el dormitorio de los protagonistas; básicamente se busca retratar cuanto antes a Will como el ser humano más divertido, atractivo y bondadoso del planeta. Y muy listo: lee a Shakespeare y juega al ajedrez. También le vemos en clase dejando claro que es un hombre pacífico que no responde a provocaciones. Un santo, vamos. Dejando al margen que Cage no encaja en el papel —nunca lo hace creíble—, no es coherente el camino que emprende Will. Simon tuerce muy pronto su código moral —¿no sería mejor mostrar cómo el juicio afecta al matrimonio?— y es absurdo suponer que los matones solo pedirán un pequeño favor o que se marcharán cuando Will quiera. Lo peor es cuando queda claro que no van a corromper al héroe; que el pacto fue un simple desliz. Parece que les asustaba convertirlo en un mal ejemplo, así que rellenan con torpes persecuciones sin emoción y diferentes obstáculos poco inspirados —la bochornosa escena debajo del puente—, hasta que llega el previsible enfrentamiento final, con discursito del malo incluido —y una probable reivindicación del derecho a poseer armas de fuego—.

‘El pacto’ es de esas películas que si las ves con un amigo luego os podéis llevar horas partidos de risa recordando momentos “brillantes”. El interrogatorio policial —donde descubrimos que el color favorito de Will es el púrpura—, la duda de la periodista sobre el uso de las mayúsculas, las bromas en el pub con los colegas del reportero muerto, el torpe intento de secuestro de la esposa de Will por los secuaces de Simon, los lamentables personajes de los mejores amigos de los protagonistas —Harold Perrineau reinventa a Jimmy en al menos tres ocasiones y si ponen un maniquí en los planos de Jennifer Carpenter no habría mucha diferencia—… Realmente ridículo el guion de Robert Tannen, y entre rutinaria y torpe la puesta en escena de Donaldson, que parece incapaz de dotar de sentido al texto y de sacar algo de provecho a su estrella, un Cage en piloto automático que debía estar pensando en terminar cuanto antes para poder meterse en otro rodaje —ya están listas ‘Contrarreloj’ (‘Stolen’, Simon West, 2012) y ‘The Frozen Ground’ (Scott Walker, 2012)—. Solo la belleza de Jones —aunque su personaje es otro continuo disparate— y el carisma de Pearce —hace simpático a Simon pese a ser un psicópata— merecen la pena en este mediocre thriller que arruina un prometedor argumento.