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10 de septiembre de 2012

Críticas de ‘Dredd’

Unos agentes de la ley quedan atrapados en un enorme edificio controlado por una banda de despiadados criminales quienes harán todo lo posible para que los policías no salgan vivos del lugar. ¿The raid: redemption? No: Dredd. Existen diferencias entre las dos películas. Por ejemplo, esta es estadounidense. Y aquella era entretenida.

Tras Juez Dredd (Danny Cannon, 1995), aquella payasada protagonizada por Sylvester Stallone, el agente de policía de la futurista Mega-City, creado para los comics por John Wagner y Carlos Ezquerra, disfruta de una nueva oportunidad para ser trasladado al cine de forma digna. ¿Ha tenido éxito el empeño? Sí y no.

En esta ocasión el director, Pete Travis, se toma más en serio el personaje que Cannon, (evitando, por ejemplo, recurrir a bochornosos recursos cómicos), y nos ofrece una visión mucho más sombría y dura de los personajes y su entorno, además de contar con una factura técnica y visual brillante. Pero poco más positivo puede resaltarse del filme.

Es cierto que el monolítico Karl Urban da mucho mejor en el papel que nuestro amigo Sly, pero sus rasgos quedan tan ocultos por el casco (¿no podría quitárselo una vez metido en harina en el edificio?), y su expresión resulta tan inmutable que, al menos en la versión doblada, tanto da que sea Urban quien vista el uniforme que cualquier otro.

Por otro lado, el guión de Alex Garland tampoco demuestra demasiado talento a la hora de describir al personaje. Se supone que el juez es algo así como una leyenda en la salvaje Mega-City, el mejor en su especie, pero lo cierto es que no lo demuestra en el transcurso de la película; no nos impresiona con su talento, ni con su habilidad a la hora de resolver ninguna situación. De hecho, uno tiene dudas de que hubiera salido vivo del edificio de no ser por su compañera, la novata Anderson (Olivia Thirlby), quien se muestra mucho más resolutiva que el propio Dredd, y que acaba por robarle gran parte del protagonismo.

Existe, además, otro error, a mi entender grave, en la manera en la que se enfoca la película. Dredd comenzó a publicarse en 1977, y las numerosas historias aparecidas desde entonces aportan muchos datos acerca de ese futuro brutal y sórdido en el que está enclavado Mega-City, y de cómo viven sus ciudadanos. ¿Por qué no se nos cuenta nada de eso para establecer un trasfondo más rico para la historia? Al público se le transporta a un futuro del que nada sabe, y en lugar de explicarle la naturaleza de ese tiempo y lugar, se le mete en un edificio del que ya no se le saca hasta el final. En esas condiciones, casi daría lo mismo que el escenario y protagonistas fueran otros. ¿Por qué limitarse a utilizar la marca registrada Dredd y desaprovechar todo su vasto universo? Este espectador se sintió como el protagonista de Ninette y un señor de Murcia, ese paleto que viaja hasta la cosmopolita París sólo para recluirse en un apartamento del que sólo sale para volver a su España natal, sin haber visto nada de la capital del Sena. “¿Pero para qué venís? ¡Si aquí no hay nada que ver!”…

Pero obviando todo esto, resulta también molesto que una vez metidos en el edificio la trama tampoco resulte demasiado hábil a la hora de generar la tensión propia de historias que mantienen la unidad espacial y temporal como esta. Los personajes van y vienen, suben y bajan pero parece que se limiten a pasar el rato (amenizado con algún tiroteo ocasional) hasta cumplir con el metraje reglamentario, sin atisbos de imaginación por parte Garland.

En resumen, una película escasamente entretenida que desaprovecha personajes, universo y presupuesto, perfectamente reservable para ver en casa cuando se edite en DVD.