La última película de Roman Polanski, “The Ghost Writer”, es una de las muestras más evidentes de que el cine no solamente narra a través de lo que hacen o dicen los personajes, sino que, sobre todo, lo hace por el despliegue de colores, por el sutil — o a veces no tanto — manejo de matices.
Uno de los medios de expresión propios del cine, dentro del conjunto del trabajo con la imagen — en oposición a los medios de expresión del sonido: voz, música y sonidos —, es el color. Este medio suele pasar desapercibido en muchas películas, salvo que sea una apuesta efectiva del filme apelar a la variación de tonalidades, de intensidades, a los matices que el desarrollo técnico del cine ha brindado desde hace ya tantos años.
¿En qué películas podemos ver de manera clara el recurso a lo cromático? Pienso en películas orientales, en donde la diferencia del color llega al punto de lo explícito por insistente — “Ying xiong” (“Hero”, 2002), en donde cada color implica un espacio deferente de pelea, por ejemplo — o en producciones occidentales en donde el color es casi una nota característica — cualquiera de los hermanos Ethan y Joel Coen, en donde se pueden reconocer colores recurrentes desde los cuales se establecen los diferentes matices: amarillo, rojo en mayor cantidad, tal vez el azul y verde, los cuales llegan a su punto máximo de concentración en el plano general de las camionetas abandonadas en el desierto en “No Country for Old Men” (2007) —. Ahora bien: ¿Qué pasa en la película de Polanski?
Rápidamente nos vemos sumergidos en un mundo donde los colores seguirán muy de cerca la línea cromática de los neutros: muchas variaciones de gris, cosa que queda clara apenas comienza la película, con la escena del auto del antiguo “Ghost Writer” del personaje de Pierce Brosnan, el ex-Primer Ministro Británico Adam Lang. Y es que él será el encargado de dar una tarea “gris”, aparentemente rutinaria: en medio de una sospecha internacional que lo hace responsable de haber deportado ciudadanos ingleses a centros de la CIA en el exterior con el objetivo de que sean torturados para sacar información útil a las fuerzas antiterroristas tanto de USA como de UK, Lang también está ocupado en la tarea de escribir sus memorias. Carente del talento que se requiere para escribir algo mínimamente interesante, contrata a un nuevo “Ghost” luego de que el primero — un allegado a su gabinete de trabajo que se encargaba también de la parte de prensa — pasará a ser más fantasma que escritor. Este segundo “Ghost” será el personaje que interpreta Ewan McGregor: un escritor profesional que consigue un trabajo que implica mucho dinero en su cuenta, casi U$S 250.000. Ahora bien, ambos hechos, las acusaciones internacionales y la redacción de sus memorias, estarán secretamente conectados de una manera que ni siquiera el flamante “Ghost Writer” contratado podría llegar a sospechar.
Volviendo a la caracterización del primer párrafo, ese mundo gris de la primera escena se extienda tanto en los paisajes — Lang vive en una isla norteamericana alejada del territorio continental — como en ciertos puntos del argumento y la trama. Vayamos al aspecto visual: las playas están sumidas en cierta penumbra, y ni siquiera los colores de la arena pueden aportar uno que se destaque de la variación cromática del neutro: arena de rocas, arena solitaria, si se quiere, en donde el viento y la posibilidad de una inminente tormenta a cada segundo vuelven imposible las tareas cotidianas que los muchos empleados deben llevar a cabo: en varias escenas, vemos a un hombre oriental levantar con poco éxito las hojas que el viento arrastra, una y otra vez, pese a que siempre terminan cayendo de la carretilla que usa para tal labor.
La metáfora visual de lo fútil — que puede encadenarse con la tarea de un “Ghost Writer”, inclusive: escritor en las sombras, anónimo, un fantasma—, el clima de encierro tanto del pequeño pueblo de la isla, lugar con escasos lugares para “divertirse”, como la prisión en la que termina convirtiéndose la casa de Lang refuerzan un clima denso en donde los personajes no se destacan, sino que se confunden con ese gris: no estamos aquí en una película en donde la acción se robe la cámara, sino en un filme de diálogos, de misterio, de suspenso, pero ninguna de estas “variantes” emocionales implica una desmedida apuesta por la empatía con el público, sino todo lo contrario. Por grises, por oscuros, los personajes no sirven para que nadie encuentre en alguno de ellos su “reflejo”.
En términos de la historia, lo “gris” opera como metáfora ya no a nivel visual, sino mediante caracterizaciones al estilo de “trabajo gris”, por ejemplo, o también como lo “fantasmático” de las tareas de los protagonistas, los cuales o escriben o funcionan como agentes dobles, como “traidores”, si se quiere: figuras grises, ambiguas, que no se sabe de qué lado están.
Bajo esta óptica de encierro y ensueño — si se me permite el comentario, la película muestra a personajes encerrados ya no en una carcel de concreto, sino que parecen atrapados en un ámbito onírico, en un ensueño, una cárcel de vapores y nieblas: encerrados, entonces, casi en una botella, en una isla… Pensemos en toda la meditación acerca del mal y su relación con el encierro en una botella/isla que nos ha dado “Lost” —, sólo hay una manera de salir de la situación, de pegar el salto: la escena final, de la cual no diremos mucho, se resuelve en un fuera de campo que no sólo separa a los personajes de la “medianía vital” en la que se encontraban, sino que también resuelve todo el ámbito fantasmático que fue construyéndose a lo largo de la película.
En definitiva, la película de Polanski — la cual ha tenido sus traspies — nos ofrece un trabajo visual que, claramente, muestra la íntima conexión entre los medios de expresión, desde los más “inmediatos” hasta los más sutiles, y el contenido, hasta el punto que, como suele ser costumbre de cualquier acercamiento crítico a una obra, complejiza la distinción entre forma y contenido. ¿Cómo pensar la tarea del fantasma sin recurrir a lo gris de la escena, a la soledad que cada color, en su peculiaridad, invoca? “The Ghost Writer”, como “Chinatown” (1974), es uno de esos filmes en donde lo laberíntico, el trabajo cromático, la historia poseen la característica de presentarse como algo no cerrado, como algo terminado en su incompletitud…. Como algo abierto que siempre nos permitirá más de una lectura, de un centro de atención, de un motivo para sumergirnos en los difusos límites de la obra en cuestión.
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