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19 de junio de 2010

Cine: “The Cove”, mucho más que un documental reivindicativo

El Oscar al mejor documental, no vino más que a consagrar una larga trayectoria de premios en Festivales Internacionales que involucran al cine del mundo con la causa que “The Cove” reivindica.

Siguiendo el estilo documental que inventara Joris Ivens con “The Spanish Earth“, en le que el documentalista holandés cuestiona la imparcialidad del cineasta sitiéndose obligado a posicionarse e involucrándose en los acontecimientos que está capturando con su cámara, Louie Psihoyos realiza un documental en el que no sólo se posiciona, sino que, cediendo el protagonismo, articula todo su ejercicio en favor de la identificación del espectador con la increíble figura de Richard O’Barry.

“The Cove” va de lo particular a lo general siendo en primera instancia la historia del auténtico héroe de la película, Richard O’Barry, entrenador de los delfines que aparecen en la serie televisiva de los años sesenta, “Flipper“, y de cómo cruzó la barrera para convertirse en libertador de delfines; en segunda instancia relata la historia de un pueblo, Taiji, que mira hacia otro lado cuando sabe lo que se está sucediendo en sus costas; y de una sociedad, la japonesa, que vive en una ignorancia proporcionada por un gobierno para el que cualquier estrategia es válida si está a favor de su causa.

La validez de “The Cove” comienza en el momento en el que ni siquiera le hace falta mostrar demasiado para ilustrar sobre lo que está contando, no porque no disponga de imágenes, sino porque huye de la docu-ficción, de la representación ficcionada de ciertas partes del relato, dejando que sean sus propios protagonistas los que relaten su propia historia y expliquen su punto de vista, en primera y segunda persona. En primera porque cuentan su experiencia, y en segunda porque te lo cuentan a ti.

No se abusa de pornografía sangrienta ni sensiblería panfletaria. Reserva sus armas para el momento concreto en que tiene que hacerlo, sin utilizar violines ni elementos cinematográficos en favor de un mayor rigor. Sí es cierto que utiliza recursos típicos del thriller y el subgénero de películas de robos, pero es que, precisamente, ese es el principal objetivo de la película: robar las imágenes que revelarán al mundo lo que sucede en la costa de Taiji. El director es lo suficiente honesto para revelar en el contenido esta intención cinematográfica, revelando incluso su fuente. Y es lo suficientemente coherente como para no utilizar estos recursos en los momentos en los que no debe hacerlo, los importantes, los serios.

El filme resulta especialmente emotivo en los momentos íntimos, como cuando Ricard O’Barry explica su relación con Cathy, el delfín, sobre cómo se percata de que el animal tiene conciencia de sí mismo, sobre el estrés que le produce vivir en cautividad, sobre la falsa impresión de que parecen contentos por esa eterna sonrisa malévolamente dibujada en su hocico y otro emotivo momento que no voy a revelar… De la misma manera, Louie Psihoyos va invitando a otros profesionales que va a necesitar para su cometido final, y cada uno de ellos es quien va relatando cómo se involucraron en la causa y sus propios sentimientos con respecto a lo que sucede en la costa de Taiji.

Quizás sea esta una solución muy efectiva porque al contrario que otros documentalistas reivindicativos recientes, como Michael Moore que es quien cuenta y expone su punto de vista corriendo el riesgo de que un sector del público se posiciones antes de darle la oportunidad de explicarse, Louie Psihoyos deja que sea cada personaje el que se hable, permitiendo escoger o decidir si lo que cuentan pueda estar más o menos manipulado o tergiversado, algo que siempre debe considerarse como una posibilidad, aunque sea un documental.

En cualquier caso, muchas imágenes hablan por sí mismas y aunque cada uno pueda pensar como quiera con respecto al maltrato animal y la matanza indiscriminada de un mamífero como el delfín, auténtico amigo y protector del ser humano en problemas cuando se encuentra en el medio acuático, lo que no pasa desapercibida es la fuerte ironía que impera en las justificaciones que el gobierno japonés propone acerca de la cantidad de peces que come el delfín, acusándole directamente, junto con la ballena, de ser el causante de la disminución demográfica de los bancos de peces. ¿Y el hombre no come pescado? Si en España hemos tenido que cambiar uno de nuestros manjares, la angula, porque los japoneses la compran toda, al precio que sea, con tal de llevársela al lejano oriente, de tal manera que hemos tenido que sustituirla en nuestra dieta por un sucedáneo, la llamada gula del Norte. ¿Y quiere decir también el gobierno japonés que si encuentra lícito el exterminio controlado de ballenas y delfines, sería lícito efectuar un exterminio controlado de seres humanos cuando se pasen comiendo pescado?

Recomendable para cualquier amante de los animales, “The Cove” es un documental que emociona, pero no duele. Acciona y remueve tu conciencia. Te anima a reaccionar y facilita que puedas moverte. Y pone, además, en la picota, sin necesidad de nombrarlos ni aludir a ellos, aquellos actos bárbaros e irracionales cometidos en tantos pueblos del mundo que disfrazan sus vergüenzas tras un tupido velo de tradición y folklore. Y no miro a nadie.