Esta semana fui a ver “How to train your dragon“, que si bien la vi desganado descubrí una interesante película que trata sobre la relación entre padre e hijo y el descubrimiento de los valores que tenemos como personas. Creo que el éxito de esta cinta radica en que está en manos de los creadores de “Lilo & Stitch” (Dean DeBlois; Chris Sanders), por lo cual nos supieron tocar las fibras al manejar la relación amistosa entre Hiccup y Toothless (Chimuelo en latinoamérica).
Ambientada en el mítico mundo de los rudos vikingos y los dragones salvajes, y basada en el libro infantil de Cressida Cowell, esta comedia de acción narra la historia de Hipo, un vikingo adolescente que no encaja exactamente en la antiquísima reputación de su tribu como cazadores de dragones. El mundo de Hipo se trastoca al encontrar a un dragón que le desafía a él y a sus compañeros vikingos, a ver el mundo desde un punto de vista totalmente diferente.
¿Cuántas veces no hemos tenido ideas erróneas sobre algo y hasta que les damos la palabra entendemos que son equivocadas nuestros pensamientos? de ahí destaca el poder de esta cinta. Muchas veces vivimos creyendo negativas ciertas cuestiones de nuestra vida y hasta que descubrimos lo que realmente valen entendemos por que funcionan. Tal vez aquí esté el viejo tópico de las películas de animación, el encontrar algo diferente, que nadie lo sabe, hasta que le va dando al protagonista seguridad y fuerza. Sin embargo, la cinta no se queda en eso si no en englobar la relación padre-hijo hasta límites que trastocan las fibras más íntimas del espectador.
La historia nos sumerge en un mundo de criaturas incomprendidas. El dragón protagonista es simplemente un encanto, muy parecido a las características físicas de Stitch.
Destacan también las secuencias del entrenamiento de dragones, aunque quizá se echan en falta algunas más. En ellas aparecen los otros muchachos de la aldea, que cumplen su función adecuadamente pero quedan en segundo plano. En ese sentido resulta interesante la relación del protagonista con su padre pues a mi parecer resulta convincente y muy necesaria para el argumento. No se trata tanto de que se haya visto muchas veces, sino de que parece más impuesta que natural.
Tengo que destacar el final bastante valiente para una película de este tipo, ya que el cine de animación sigue muy condicionado por atraer al público familiar, y ciertos detalles podrían no ser del agrado de todos.
Por aquí empiezan las deficiencias de un filme por lo demás excelente. Visualmente es un espectáculo, en especial durante las secuencias de vuelo, pero , quizá por tomarse su tiempo en presentar un mundo, da la sensación de que los personajes secundarios y la trama tengan un papel más funcional que arrebatador. Incluso el personaje de Astrid, la chica de la que Hipo está enamorado, pese a estar bien desarrollado, no llega a tener el suficiente peso en la trama como para que el espectador también le tome cariño, algo que -pese a caer en ciertas ñoñerías- sí que solían conseguir las historias de amor de Disney en los años noventa.
Simplemente hay que dejarse llevar y disfrutar como si fuera un niño durante un par de horas. Muy recomendable, seguramente la vuelva a ver en el cine porque merece la pena como pocas películas últimamente. Un placer para los sentidos y los sentimientos.
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