En ‘Daybreakers’, film protagonizado por Ethan Hawke, Sam Neill y Willem Dafoe; los vampiros dominan la sociedad y viven de forma similar a nosotros, con la diferencia de que utilizan más el metro, sus coches tienen lunas tintadas y una cámara para ver el exterior y se ven obligados a cultivar humanos para obtener alimento. Los pocos vivos que quedan libres se refugian en guetos. Este planteamiento de mundo alternativo, no sé si llamarlo post-apocalíptico, tiene posibilidades. Formalmente, es la base idónea para recrear atmósferas oscuras y opresivas y diseñar insólitos espacios. Sin embargo, los directores, Michael y Peter Spierig, se conforman con teñir de verde las imágenes y elevar el contraste, como se suele hacer para retocar material de poca calidad.
El conflicto que se introduce posee también gran potencial: el abastecimiento de humanos se está acabando y la privación de alimento vuelve locos a los vampiros. Su raza se aproxima a la extinción, de la cual sólo podría salvarles el descubrimiento de un sucedáneo de la sangre. Pero las buenas ideas o bien son abandonadas por el guión o tocadas muy por encima. De esos humanos encerrados y la gran empresa capitalista y malvada podría surgir una guerra o una emocionante lucha estratégica. La trama, en su lugar, se centra en una insignificancia que debería haber estado presente, pero como elemento secundario. Así, lo que ocurre en ‘Daybreakers’ se reduce a dos giros de poco interés y a cuestiones de las que se podría haber prescindido.
Siendo tan poco lo que se cuenta, esperaríamos un film sumamente lento y la verdad es que no llega a mostrarse soporífero. Pero es inevitable sentir que cabía la mejora, que el punto de partida está desaprovechado. Para el final se deja el despliegue de acción, con la consabida gran escena de tiroteos y violencia, que estos hermanos alemanes, afincados en Australia, resuelven con buena mano, demostrando dónde residen realmente sus aptitudes. Los ataques de los vampiros degenerados arrastran el film hacia el género del terror en el que no llega a sumergirse definitivamente.
Los directores, que también son guionistas, han tratado de dotar a su segundo film de una profundidad psicológica en los personajes. Por ello dedican tiempo a justificar los motivos que tuvieron algunos para convertirse y a departir sobre familia y relaciones. En este aspecto es donde ‘Daybreakers’ más patina. Los autores desarrollan un retrato maniqueo del personaje del empresario (Neill) —con esta única intención se incluye la absurda subtrama de la hija, interpretada por Isabel Lucas— que nos hace conocer su condición de malo desde el minuto uno, lo cual elimina la capacidad de sorpresa. Y, a pesar de ello, exagerar su maldad no logra que funcione como antagonista, ya que no ejerce una auténtica amenaza, pues el verdadero obstáculo lo provoca la situación.
No se trata de una película de actores. Por mucho que haya un par de nombres célebres, no es un film en el que disfrutar de las interpretaciones. Ethan Hawke es un buen intérprete, pero no se encuentra cómodo en este papel de definición confusa —es un empresario, un científico, un humanista, un guerrero…— y muchas veces sus gestos compungidos se ven forzados. Sam Neill hace un buen trabajo, mientras Willem Dafoe se muestra muy pasado. De los demás lo máximo que se puede decir es que están correctos.
Prescindible, pero no deplorable: eso es ‘Daybreakers’, otro producto más que se olvidará al poco tiempo, que no cambiará el panorama cinematográfico, pero que se puede ver sin hacer un sacrificio.